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domingo, 11 de julio de 2010

Psicoanálisis y Criminología


Que el psicoanálisis se interese por la criminología es algo que va de suyo. En efecto Freud con sigue reconocer en la base misma del inconsciente, de la dinámica humana, el crimen. Si algún sentido tiene una tesis psicoanalítica capital como es la del Complejo de Edipo, es poner de presente la significación de los deseos criminales en el hombre y la función que la Ley desempeña en él.


Ello no significa que ese interés se haya traducido en esclarecimientos para quienes de una u otra forma analizan el acto criminal, en un orientarse mejor en su examen o en sus juicios. Por lo demás, parece posible afirmar que a pesar de una cierta difusión que el pensamiento freudiano ha logrado adquirir, ciertas nociones fundamentales para el psicoanálisis y la criminología, tales como las de culpabilidad o responsabilidad, hoy por hoy siguen siendo oscuras y maltratadas y que en general todo indica que existe finalmente un desconocimiento recíproco, voluntario o involuntario, entre criminólogos y psicoanalíticos, lo cual no es un hecho sin implicaciones para unos y otros, como para el criminal mismo.


Las razones de lo anterior son complejas y quizás sea necesario, si se espera modificar este estado de cosas, activar el diálogo y la discusión entre psicoanálisis y criminología, hecho que parece apenas balbuciente en Colombia y que un trabajo como éste de Estanislao Zuleta, es de esperarse, ha de estimular.
En este contexto convendría recordar que el reconocimiento psicoanalítico de la universalidad de ciertos deseos criminales no hace desde luego a todos los hombres criminales, lo cual introduce la necesidad de diferenciar con rigor las nociones de deseo y acto y precisar las condiciones necesarias para el paso al acto, problemas teóricos éstos esenciales y que no siempre parecen bien reconocidos, especialmente cuando se trata del examen de hechos particulares. De ello fuese prueba, por ejemplo, el uso y concepción que se tiene de la interpretación psicoanalítica, bien sea en la clínica analítica o en peritazgos que puedan apoyarse en la teoría y la clínica freudiana, o las vacilaciones con que se enfrenta el concepto de responsabilidad.

Un psicoanalista contemporáneo, Lacan, ha insistido en la necesidad a partir de Freud, de situar el crimen en referencia a un orden simbólico, a un orden cruzado por la “ley fundamental” y por el lenguaje, contra una tradición que tanto en el derecho como en la psiquiatría forense, tiende a privilegiar el orden biológico y por consiguiente a deshumanizar el crimen.


Les voy a exponer, pues, en qué consisten las bases fundamentales del pensamiento de Freud, sin lo cual no podemos tener entendimiento alguno del psicoanálisis de la delincuencia.

En primer lugar, Freud es el creador de una concepción que podemos denominar, como él llamó, el determinismo psíquico. Consiste éste en sostener el postulado según el cual todos los actos humanos, tanto los actos importantes conscientemente realizados, como los actos más insignificantes: los actos fallidos, los olvidos, los errores al escribir, al hablar, todos los actos humanos en conjunto, están estrictamente determinados por una causa que es posible hallar y que los explica. De ningún acto humano pequeño, grande, intrascendental o fundamental en la vida de la persona, puede decirse que carezca de causa.

Si consideramos que los actos humanos no están determinados por causas que los expliquen, entonces, de paso hemos dicho que no pueden ser objeto de una ciencia que sólo pueden ser, por ejemplo, objeto de un intento de comprensión por medio de la simpatía, pero no objeto de una explicación.

Por lo tanto, no hay que creer en una concepción mística del mundo, según la cual, el hecho de que afirmemos el determinismo excluye la posibilidad del azar y confiar así en el mundo como un reloj montado en el cual todo lo que se produce fatalmente tenía que haber se producido. Somos deterministas en la medida de que afirmamos que una ciencia puede explicar, pero ya no somos deterministas de esa manera mística que consistía en pensar el mundo como una gran maquinaria de relojería, como se lo imaginaron algunos filósofos franceses del siglo XVII, en la que no se puede producir nada que no fuera previsible.

El determinismo psíquico se diferencia profundamente del determinismo orgánico, Ustedes, en sus estudios de derecho, encontrarán que Freud no es el único determinista. Ustedes se encontrarán con otros deterministas anteriores a Freud y algunos contemporáneos a él. Por ejemplo, los positivistas que también piensan que el delito se explica por causas y que las causas pueden ser escritas, halladas, estudiadas.

Pero los deterministas de este género, los positivistas, son deterministas orgánicos, postulan que el conjunto de la conducta humana se explica como resultado de los rasgos de diversos tipos cerebrales o anatómicos del organismo, que el hombre, por lo tanto, es el resultado de su configuración biológica, que sus actos son expresión de esa configuración hereditaria según algunos, o congénita según otros. El pensamiento de Freud difiere profundamente de estos deterministas biológicos u orgánicos en cuanto que su determinismo es principalmente un determinismo psíquico.

Un hombre es un ser a la vez biológico y social y esa doble configuración constituye su naturaleza propia. Hay en nosotros una serie de fenómenos biológicos que tienen como su causa otros fenómenos que no son biológicos. Por ejemplo, a nosotros nos puede dar rabia, y este es un fenómeno psíquico y biológico que tiene, por supuesto, sus representantes orgánicos en la respiración, en el ritmo sanguíneo, etc. Pero la causa de la rabia puede ser no orgánica, puede ser por ejemplo, que nos hicieron un chiste que nos molestó y que sin embargo, produjo efectos orgánicos.

Es decir, que hay muchos fenómenos que siendo sociales tienen efectos orgánicos y que hay otros fenómenos que siendo orgánicos producen efectos en nuestra vida social. Por ejemplo, podemos perder el habla por una deficiencia orgánica, pero también podemos perder el oído, perder la vista y entrar en una parálisis sin ninguna causa orgánica, como ocurre en la histeria, y hasta tal punto carece de una causa orgánica, que con un simple diálogo, sin droga ninguna, puede recuperarse por completo lo perdido, o por medio de la hipnosis también, aunque no en forma permanente, pero sí en forma momentánea, lo que también demuestra que el problema no es orgánico.
Debemos pensar la determinación de los actos y de los fenómenos humanos de acuerdo con dos líneas de causas: las causas psíquicas, que en el fondo son sociales y son históricas, y las causas orgánicas, que son actuales y están presentes en el organismo como efectos actuales. Así, el des cubrimiento del determinismo psíquico conlleva lo siguiente: no podemos explicarnos la conducta del hombre, cuando se conduce de una u otra manera, por arbitraria decisión de una voluntad que escapa a toda causa, pero tampoco podemos explicarnos su conducta como un producto del estado actual de su organismo.

Puede ser que esta conducta sea el producto de todo lo que ha sido su vida, de su recuerdo, de lo que ha olvidado, de los fenómenos que han repercutido a través de toda su vida, es decir, podemos considerar que su conducta se puede explicar por su historia y por las relaciones que con las otras personas ha tenido; por el sentido fundamental de esa historia, comenzando por sus relaciones originarias con su madre, hasta las últimas que haya tenido. Si nosotros creemos que el afecto puesto en estas relaciones, la forma que estas relaciones tuvieron y la manera como fueron vividas determina una conducta, estamos afirmando el determinismo psíquico. Ese determinismo psíquico se extiende, pues, a todos los campos de la vida humana.

Veamos un ejemplo para que comprendan mejor y puedan desarrollar la teoría.

Freud cuando sostiene que ningún acto huma no es arbitrario, que carece de causa, toma muchas veces este tipo de ejemplos: tomar una persona y decirle: diga un número y trate luego de averiguar por qué dijo ese y no otro. A pesar de la convicción íntima que la persona tiene de haber dicho ese número sin ningún motivo, simplemente por que se le ocurrió, sin embargo, tiene que haber un motivo para que se le haya ocurrido, porque nada existe sin causa. Ahora bien, les voy a dar uno de los múltiples ejemplos que ustedes pueden encontrar en la obra de Freud, especialmente en algunas cartas y en el libro denominado ‘PSICOPATOLOGIA DE LA VIDA COTIDIANA’.

Sin embargo, es preciso afirmar el determinismo porque si no lo afirmamos, el hombre no puede ser objeto de una investigación explicativa. El psicoanálisis sólo puede servir de ayuda a una disciplina que busque explicar los hechos humanos en la medida en que el psicoanálisis concibe el acto humano como eminentemente explicable. Pero, también hay que decir otra cosa, y es que al concebir el acto humano como eminentemente explicable y rígidamente determinado, pasamos a un campo en el cual no podemos aceptar algunas de las nociones que son frecuentes en cierta rama de la concepción jurídica del delito, con las cuales resulta completamente incompatible el psicoanálisis, por lo que les acabo de decir.

Voy a hacer la siguiente reflexión final: traté de mostrar anteriormente, que el psicoanálisis se opone al concepto de castigo, considerando ese concepto como un síntoma de una neurosis social, de una tendencia neurótica de la sociedad en su conjunto. Pero, naturalmente no es sólo el psicoanálisis el que se opone a la noción de castigo.

Por ejemplo, todo determinista se opone a él por definición aunque sea un determinista organicista. Y muchas otras clases de positivistas, por simple lógica interna, se tienen que oponer a la noción de castigo y tienen que oponer la noción de la práctica criminal sobre una noción como la de peligrosidad social y la prevención de ello como defensa de la sociedad contra amenazas que pueden estudiarse objetivamente aunque no puedan culparse. Entonces, en ese caso tendríamos que desplazar todas nuestras preocupaciones al estudio de la grave culpa, al estudio de la grave peligrosidad. Caso difícil de realizar en la práctica por razones de diverso tipo. Primero, porque es una posición mucho más radical de lo que se cree.

La peligrosidad considerada en sí misma es difícil de tomar como un objeto directo de la criminología por lo siguiente: Porque la peligrosidad en una persona es algo independiente de que haya cometido o no un delito. Si juzgamos la peligrosidad exclusivamente y no tenemos ninguna idea de venganza o de castigo, un señor que lanza un ladrillo desde la azotea de un edificio y no mata a nadie es igualmente peligroso al señor que sí mata a alguien, porque la peligrosidad de estas dos personas no depende de que por azar pasara o no pasara nadie por debajo, sino del acto que realizaron. Es igualmente peligroso, si habiendo podido prever que el automóvil no tenía frenos se le atraviesa un niño o no se le atraviesa. La peligrosidad es la misma.

La peligrosidad ya no permite pasar de la realización del delito a la determinación de culpa sino al análisis de la configuración de la estructura de la persona, al análisis más psiquiátrico que criminológico. Sin embargo, el concepto de peligrosidad es un concepto esencial y tal vez algún día ocupe el lugar importante que merece. Pero el problema que surge a este respecto, es que nos introduce en un tema que excede los límites de la temática propuesta en este primer trabajo, y sólo podemos indagar en que tipo de sociedad podría ser necesario ese concepto de peligrosidad social, porque en esta sociedad, en que no hay intereses comunes, es evidente que ese concepto no puede funcionar ni es requerido.

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